El pastel, los globos, la decoración. Todo está preparado para la gran fiesta de cumpleaños de Luis, el número siete. Corre el año 1974. La madre de Luis o ‘Luigi’ como lo llaman sus amiguitos, le da un regalo que él esperaba con muchas ansias: Un balón de fútbol, ya que ese año se jugaba el campeonato mundial en Alemania.
— ¡Gracias mamita! — Grita Luisito de felicidad
— Ahora viene el regalo de tu padre — le dice su madre mientras recoge el balón.
De un momento a otro, su padre va a la cochera y trae una caja muy grande, se veía un poco pesada.
— ¿Qué es eso papi? — Pregunta el niño muy entusiasmado.
— Ábrela hijo, tienes que hacerlo para saberlo.
En ese momento, Luis agarró el mismo cuchillo para el pastel y fue cortando una a una las puntas de la caja, y con ayuda de su padre, sacó una grande, hermosa y brillante máquina de escribir.
— ¡Waooooo papi, esto está fenomenal! ¡Gracias, gracias, gracias! — El niño lo abraza fuertemente.
— Yo sé que vas a ser un gran escritor. Tienes que ser tan grande y recordado como Miguel de Cervantes Saavedra — En ese momento todos ríen.
Todos comieron, bailaron, gozaron y homenajearon el aniversario del nacimiento de Luis junto al balón, la máquina de escribir y los demás regalos.
Esa noche, terminada la fiesta y ya listo para irse a dormir, Luisito puso su máquina de escribir en su escritorio para hacer los deberes, se sentó y empezó a hablarle.
— Te llamaré… Gabriela. Ese nombre me gusta mucho porque me recuerda a una poetisa chilena que me encanta leer. Vamos a escribir muchas historias juntos, ya verás.
Al balón le puso como nombre ‘Puskas’
Los días fueron pasando, y todas las noches, después de jugar fútbol, Luisito se sentaba a escribir cuentos con Gabriela. El ruido que hacían las teclas mientras el niño imaginaba sus historias fascinaba a su padre, quien tenía muchas ilusiones de qué su hijo fuera un excelente y exitoso escritor.
Una noche, el niño llegó muy triste, ya que su balón se había caído a un abismo y fue imposible recuperarlo. Aunque sus padres trataron de consolarlo no lograron su cometido. El niño subió a su cuarto y lloró por un par de horas. Luego de ese lapso, Luisito empezó a escribir en su maquinita, una carta dedicada a su amado ‘Puskas’, recordando todos los momentos y goles. Luego de eso, el niño se quedó dormido.
A la mañana siguiente, Luis despertó y vio su balón perdido al lado de su cama, y junto a ella, un pequeño papel que decía: “Aquí está Puskas, no estés más tiempo triste. Att: Gabriela”
El niño saltó de la cama gritando:
— Mamá, mamá ¡Gabriela es mágica, Gabriela es mágica! — sin embargo su madre pensó que todo había sido obra de su padre comprándole otro balón.
Luis no dejaba de fascinarse, él sabía que la conexión con su máquina de escribir era muy fuerte; ella lo escuchaba y él podía sentir que Gabriela no era solo un artefacto con teclas.
Pasó el tiempo, Luis ya era un adolescente de 17 años y esta época está marcada por los primeros encuentros con el amor. El joven se sentía muy atraído por una bella muchacha llamada Milena. Aunque Luis se destacaba mucho en los deportes, era muy tímido a la hora de entablar conversaciones o de hacer amigos. Su única opción de llegar a la joven Milena era escribiendo, escribiendo algo romántico.
Luis llegó a su casa presuroso, corrió a su cuarto y se sentó rápidamente junto a Gabriela.
— Hola Gabi, tienes que ayudarme. Necesito escribir algo que llegue al alma de alguien… Alguien muy especial.
Luego de una hora, ya estaba escrito ‘Mis cinco sentidos’, un poema dedicado a la belleza de Milena.
“Mis oídos escuchan tu melodiosa voz mientras mi mente le pide a Dios que pueda tocar alguna vez tu cabello, ese que tiene un aroma a néctar. Todos los días agradezco a la vida ver cada mañana tu hermoso rostro tan cerca de mí. Es un gusto poder hacerlo”
Luis, con ayuda de su único amigo en la escuela, logró que su escrito llegara a manos de la muchacha que tenía suspirando amor.
Ese día, Milena se le acercó y le habló a Luis por primera vez. Para él fue mágico poder intercambiar palabras con aquella joven. Dos meses después se convirtieron oficialmente en novios. Sumado a esto, Luis ganó el concurso anual de poesía de su escuela con Mis cinco sentidos.
Desde esos acontecimientos, Luis supo que su camino era la escritura, todos los días inventaba historias, novelas y relatos sorprendentes que a mucha gente le encantaban. Varios años después ya era un reconocido escritor en el país. Era invitado a muchas conferencias y ferias de literatura. Se le preguntaba: ¿En qué escribe sus impresionantes historias? Él respondía siempre: “Con Gabriela, mi mejor amiga, la causante de muchas felicidades en mi vida… Mi máquina de escribir. Todos aplaudían a Luis en sus conferencias cuando daba a conocer el amor que sentía hacia su máquina de crear mundos.
Pasaron 30 años, Luis ya es un veterano señor y uno de los mejores escritores del mundo. Él ya hombre mayor, no dejaba su costumbre de escribir todas las noches en su compañera de vida. Su esposa, Milena, sí, la misma que él conquistó muchos años atrás con su poema, le llevaba café mientras se sentaba largas horas junto a la ya famosa máquina de escribir.
Una de tantas noches de invención de personajes y mundos maravillosos Gabriela dejó de funcionar, luego de tantos años de uso, la maravillosa máquina cumplió su vida útil junto a Luis. Él se sintió fatal, fue como si un familiar se hubiera muerto. Dejó de escribir por casi un mes.
Una noche, el teléfono sonó, Milena contesta y unos minutos después grita de felicidad:
— ¡Luis, te ganaste el nobel de literatura, te ganaste el nobel!
Todo fue felicidad, Luis sintió que había cumplido el sueño de su padre quien había muerto diez años atrás. El señor dejó por un lado la tristeza por el daño de Gabriela y se dispuso a preparar todo para viajar a Suecia a recibir el premio.
Durante el discurso en la ceremonia de premiación dijo: “A ti Gabi, que me diste los mejores momentos de mi vida, me devolviste a Puskas, me diste una maravillosa esposa, me has ayudado a conseguir inalcanzables galardones. Y aunque estés enfermita, siempre serás mi mejor amiga esto es tuyo también” En ese momento, Luis soltó unas cuantas lágrimas. Era el orgullo de su familia, de su ciudad y del país entero.
Luego de unos meses, Luis era asediado por los medios, siempre estaba en entrevistas y eventos de literatura en donde siempre era el personaje central y con el que todos los que todos los asistentes querían tener contacto.
Tiempo después, en el cumpleaños número 64 del nobel, su esposa Milena sacó una enorme caja de la cochera.
— ¿Qué es eso mi vida? — Preguntó el señor mirando la caja de lado a lado.
— Ábrelo mi amor, para que sepas lo que es.
Luis agarró el cuchillo de cortar el pastel y abrió la caja: Era un gran computador de escritorio con todos sus accesorios.
— Un premio Nobel no puede seguir escribiendo en una vieja máquina que se llame Gabriela — Le dice su esposa al veterano escritor. Todos rieron a carcajadas.
Luis estaba maravillado con el regalo, nunca había tenido un aparato así de grande tan cerca. Una de sus hijas prometió enseñarle a usarlo.
Luego de un par de años, Luis ya prácticamente era un experto manejando su computador. No le puso nombre, solo escribía y escribía. Pero sentía que sus textos ya no tenían la misma maravillosidad, las ventas de sus libros bajaron, y él se sintió muy acongojado.
Milena, pensó que el recuerdo de aquella máquina tenía paranoico a Luis, y por lo tanto su inspiración había bajado drásticamente:
— Bota esa máquina Luis, ya no sirve para nada — Le dice su esposa mientras cenan
— Sí papá, solo hace estorbo y tiene mucho polvo
— Pero… con Gabriela escribí mis mejores libros, con ella escribí la novela con la cual gané el Nobel.
— No vivas de recuerdo papi, las máquinas no tienen sentimientos — Le dice su hija mirándolo a los ojos.
— Tienes razón hija, no sé qué me pasa. Tal vez eso me tiene cerrada mi inspiración. Las máquinas no tienen sentimientos, solo es un apego.
Esa misma noche, Luis fue al garaje, lugar donde estaba guardada Gabriela. La cogió, la envolvió en una sábana y la llevó al bote de la basura, no sin antes decirle unas últimas palabras:
— Gracias por todo Gabriela, te dije que escribiríamos muchas historias y lo hicimos. Pero lastimosamente, las máquinas no tienen sentimientos, puedo darme el lujo de hacer esto sin sentirme culpable. En ese momento la dejó en el lugar junto a otros objetos desgastados y olvidados por sus dueños.
Al día siguiente, la esposa y las dos hijas de Luis despertaron, para su sorpresa, él aún seguía en la cama. Tenía la costumbre de despertarse a las siete de la mañana para leer el periódico; ya eran las nueve y continuaba durmiendo.
Milena fue a averiguar qué pasaba con esposo; al darse cuenta gritó angustiada:
— ¡Luis no respira! ¡Está muerto! — En ese instante, las tres mujeres rompieron en llanto. El Nobel y orgullo del país, había fallecido.
Junto a la cama, su hija mayor encontró un papel que decía: “Me di cuenta que las personas tampoco tienen sentimientos. Att: Gabriela”
Junto a Luis se encontraba la sábana con la cual había envuelto a Gabriela y un balón de fútbol… Sí, era Puskas.
— ¡Gracias mamita! — Grita Luisito de felicidad
— Ahora viene el regalo de tu padre — le dice su madre mientras recoge el balón.
De un momento a otro, su padre va a la cochera y trae una caja muy grande, se veía un poco pesada.
— ¿Qué es eso papi? — Pregunta el niño muy entusiasmado.
— Ábrela hijo, tienes que hacerlo para saberlo.
En ese momento, Luis agarró el mismo cuchillo para el pastel y fue cortando una a una las puntas de la caja, y con ayuda de su padre, sacó una grande, hermosa y brillante máquina de escribir.
— ¡Waooooo papi, esto está fenomenal! ¡Gracias, gracias, gracias! — El niño lo abraza fuertemente.
— Yo sé que vas a ser un gran escritor. Tienes que ser tan grande y recordado como Miguel de Cervantes Saavedra — En ese momento todos ríen.
Todos comieron, bailaron, gozaron y homenajearon el aniversario del nacimiento de Luis junto al balón, la máquina de escribir y los demás regalos.
Esa noche, terminada la fiesta y ya listo para irse a dormir, Luisito puso su máquina de escribir en su escritorio para hacer los deberes, se sentó y empezó a hablarle.
— Te llamaré… Gabriela. Ese nombre me gusta mucho porque me recuerda a una poetisa chilena que me encanta leer. Vamos a escribir muchas historias juntos, ya verás.
Al balón le puso como nombre ‘Puskas’
Los días fueron pasando, y todas las noches, después de jugar fútbol, Luisito se sentaba a escribir cuentos con Gabriela. El ruido que hacían las teclas mientras el niño imaginaba sus historias fascinaba a su padre, quien tenía muchas ilusiones de qué su hijo fuera un excelente y exitoso escritor.
Una noche, el niño llegó muy triste, ya que su balón se había caído a un abismo y fue imposible recuperarlo. Aunque sus padres trataron de consolarlo no lograron su cometido. El niño subió a su cuarto y lloró por un par de horas. Luego de ese lapso, Luisito empezó a escribir en su maquinita, una carta dedicada a su amado ‘Puskas’, recordando todos los momentos y goles. Luego de eso, el niño se quedó dormido.
A la mañana siguiente, Luis despertó y vio su balón perdido al lado de su cama, y junto a ella, un pequeño papel que decía: “Aquí está Puskas, no estés más tiempo triste. Att: Gabriela”
El niño saltó de la cama gritando:
— Mamá, mamá ¡Gabriela es mágica, Gabriela es mágica! — sin embargo su madre pensó que todo había sido obra de su padre comprándole otro balón.
Luis no dejaba de fascinarse, él sabía que la conexión con su máquina de escribir era muy fuerte; ella lo escuchaba y él podía sentir que Gabriela no era solo un artefacto con teclas.
Pasó el tiempo, Luis ya era un adolescente de 17 años y esta época está marcada por los primeros encuentros con el amor. El joven se sentía muy atraído por una bella muchacha llamada Milena. Aunque Luis se destacaba mucho en los deportes, era muy tímido a la hora de entablar conversaciones o de hacer amigos. Su única opción de llegar a la joven Milena era escribiendo, escribiendo algo romántico.
Luis llegó a su casa presuroso, corrió a su cuarto y se sentó rápidamente junto a Gabriela.
— Hola Gabi, tienes que ayudarme. Necesito escribir algo que llegue al alma de alguien… Alguien muy especial.
Luego de una hora, ya estaba escrito ‘Mis cinco sentidos’, un poema dedicado a la belleza de Milena.
“Mis oídos escuchan tu melodiosa voz mientras mi mente le pide a Dios que pueda tocar alguna vez tu cabello, ese que tiene un aroma a néctar. Todos los días agradezco a la vida ver cada mañana tu hermoso rostro tan cerca de mí. Es un gusto poder hacerlo”
Luis, con ayuda de su único amigo en la escuela, logró que su escrito llegara a manos de la muchacha que tenía suspirando amor.
Ese día, Milena se le acercó y le habló a Luis por primera vez. Para él fue mágico poder intercambiar palabras con aquella joven. Dos meses después se convirtieron oficialmente en novios. Sumado a esto, Luis ganó el concurso anual de poesía de su escuela con Mis cinco sentidos.
Desde esos acontecimientos, Luis supo que su camino era la escritura, todos los días inventaba historias, novelas y relatos sorprendentes que a mucha gente le encantaban. Varios años después ya era un reconocido escritor en el país. Era invitado a muchas conferencias y ferias de literatura. Se le preguntaba: ¿En qué escribe sus impresionantes historias? Él respondía siempre: “Con Gabriela, mi mejor amiga, la causante de muchas felicidades en mi vida… Mi máquina de escribir. Todos aplaudían a Luis en sus conferencias cuando daba a conocer el amor que sentía hacia su máquina de crear mundos.
Pasaron 30 años, Luis ya es un veterano señor y uno de los mejores escritores del mundo. Él ya hombre mayor, no dejaba su costumbre de escribir todas las noches en su compañera de vida. Su esposa, Milena, sí, la misma que él conquistó muchos años atrás con su poema, le llevaba café mientras se sentaba largas horas junto a la ya famosa máquina de escribir.
Una de tantas noches de invención de personajes y mundos maravillosos Gabriela dejó de funcionar, luego de tantos años de uso, la maravillosa máquina cumplió su vida útil junto a Luis. Él se sintió fatal, fue como si un familiar se hubiera muerto. Dejó de escribir por casi un mes.
Una noche, el teléfono sonó, Milena contesta y unos minutos después grita de felicidad:
— ¡Luis, te ganaste el nobel de literatura, te ganaste el nobel!
Todo fue felicidad, Luis sintió que había cumplido el sueño de su padre quien había muerto diez años atrás. El señor dejó por un lado la tristeza por el daño de Gabriela y se dispuso a preparar todo para viajar a Suecia a recibir el premio.
Durante el discurso en la ceremonia de premiación dijo: “A ti Gabi, que me diste los mejores momentos de mi vida, me devolviste a Puskas, me diste una maravillosa esposa, me has ayudado a conseguir inalcanzables galardones. Y aunque estés enfermita, siempre serás mi mejor amiga esto es tuyo también” En ese momento, Luis soltó unas cuantas lágrimas. Era el orgullo de su familia, de su ciudad y del país entero.
Luego de unos meses, Luis era asediado por los medios, siempre estaba en entrevistas y eventos de literatura en donde siempre era el personaje central y con el que todos los que todos los asistentes querían tener contacto.
Tiempo después, en el cumpleaños número 64 del nobel, su esposa Milena sacó una enorme caja de la cochera.
— ¿Qué es eso mi vida? — Preguntó el señor mirando la caja de lado a lado.
— Ábrelo mi amor, para que sepas lo que es.
Luis agarró el cuchillo de cortar el pastel y abrió la caja: Era un gran computador de escritorio con todos sus accesorios.
— Un premio Nobel no puede seguir escribiendo en una vieja máquina que se llame Gabriela — Le dice su esposa al veterano escritor. Todos rieron a carcajadas.
Luis estaba maravillado con el regalo, nunca había tenido un aparato así de grande tan cerca. Una de sus hijas prometió enseñarle a usarlo.
Luego de un par de años, Luis ya prácticamente era un experto manejando su computador. No le puso nombre, solo escribía y escribía. Pero sentía que sus textos ya no tenían la misma maravillosidad, las ventas de sus libros bajaron, y él se sintió muy acongojado.
Milena, pensó que el recuerdo de aquella máquina tenía paranoico a Luis, y por lo tanto su inspiración había bajado drásticamente:
— Bota esa máquina Luis, ya no sirve para nada — Le dice su esposa mientras cenan
— Sí papá, solo hace estorbo y tiene mucho polvo
— Pero… con Gabriela escribí mis mejores libros, con ella escribí la novela con la cual gané el Nobel.
— No vivas de recuerdo papi, las máquinas no tienen sentimientos — Le dice su hija mirándolo a los ojos.
— Tienes razón hija, no sé qué me pasa. Tal vez eso me tiene cerrada mi inspiración. Las máquinas no tienen sentimientos, solo es un apego.
Esa misma noche, Luis fue al garaje, lugar donde estaba guardada Gabriela. La cogió, la envolvió en una sábana y la llevó al bote de la basura, no sin antes decirle unas últimas palabras:
— Gracias por todo Gabriela, te dije que escribiríamos muchas historias y lo hicimos. Pero lastimosamente, las máquinas no tienen sentimientos, puedo darme el lujo de hacer esto sin sentirme culpable. En ese momento la dejó en el lugar junto a otros objetos desgastados y olvidados por sus dueños.
Al día siguiente, la esposa y las dos hijas de Luis despertaron, para su sorpresa, él aún seguía en la cama. Tenía la costumbre de despertarse a las siete de la mañana para leer el periódico; ya eran las nueve y continuaba durmiendo.
Milena fue a averiguar qué pasaba con esposo; al darse cuenta gritó angustiada:
— ¡Luis no respira! ¡Está muerto! — En ese instante, las tres mujeres rompieron en llanto. El Nobel y orgullo del país, había fallecido.
Junto a la cama, su hija mayor encontró un papel que decía: “Me di cuenta que las personas tampoco tienen sentimientos. Att: Gabriela”
Junto a Luis se encontraba la sábana con la cual había envuelto a Gabriela y un balón de fútbol… Sí, era Puskas.