No quiero tardar en llegar a mi pobre casa para abrazar a mis dos hijas, esas con las que sueño poder llegar a entregarlas en un altar. Las bendigo todos los días, pidiendo a los cielos que por intermedio mío, riegue sobre ellas los mejores valores para hacer de ellas mujeres de bien.
Al llegar, saco mis llaves, y apenas ellas escuchan el roce de las mismas con la cerradura, corren rápido hasta la puerta y gritan:
-Papiiiiii, te esperábamos.
-Te hice una carta – dice María Lucía, mi hija mayor de 7 años.
- Yo puse un balde en tu cuarto para que no te mojes en las noches con las goteras – Esta vez la que lo dice es Mariana, de 5 añitos.
Mis ganas de llorar por la felicidad, se mezclan con la tristeza que siento al saber que no tengo nada para darles de comer. No ha probado bocado en todo el día y sus ropas están sucias; aun así, sonríen cual niño que ve un grandioso pastel de chocolate. En ese momento, la frase letal para mi corazón, es lanzada.
- ¿Papi, qué vamos a comer hoy? – Pregunta Maria Lucía
En ese momento un suave viento entra por la ventana. No supe que responder y me puse a llorar…
- ¿Por qué lloras papi? – Pregunta Mariana secando mis lágrimas
- Porque las amo hijas, porque las amo.
Al mirar por ventana, veo una hermosa e imponente luna llena posando de forma coqueta sobre mis ojos. No supe qué otra cosa inventar, así que les dije que los días de luna llena no se podía comer sino salir a admirarla por unas horas. Eso hicimos, nos recostamos en el pasto de nuestro acabado jardín que ni flores tenía, y nos dedicamos a observar el bello y gratuito espectáculo que ofrece Dios.
¿Quién hizo la luna papi?- Mariana pregunta sin dejar de mirarla.
- Dios hija, él ha hecho todo lo que ves, hasta los grillos que están en tu cuarto y no te dejan dormir. En ese momento los grillos entran en escena: los tres reímos.
- ¿Dónde está Dios papi? – Ahora la que pregunta es Lucía.
- En nuestros corazones. Muchas personas no creen en él; es más, yo nunca lo he visto, pero sé que existe.
- ¿Y por qué la gente le pide cosas? – Vuelve a preguntar Mariana
- Porque él es el dueño del mundo, sin él no se puede hacer nada, ni levantarnos de nuestra cama podríamos si él no quiere. Es el dueño de nuestra vida.
- ¿O sea que si Dios se levanta de mal genio nos mata a todos?- Dice Lucía con terror y duda en sus ojos.
- Nooo, claro que no. Suelto una carcajada y la abrazo. Otra vez un suave viento pasa por nosotros.
- ¿Cuándo volverá mamá de ese viaje largo? La extraño mucho – Me pregunta Mariana. Ambas me miran con tristeza.
- Pronto hijas, muy pronto.
- Bueno, ahora sí a la cama. Mañana será un nuevo y espléndido día – Exclamo con entusiasmo.
Al sentarme en mi vieja cama, escucho a los perros ladrar afuera, comienzo a pensar en todo lo que pasaba con mi familia. Al ver que no progresábamos, miro a la luna desde mi ventana y medito:
- Dios: gracias por darme estos dos tesoritos, gracias por encontrar felicidad en ellas. Pero ayúdame a salir de este mal momento, ayúdame a salir de mis dudas hacia tú bondad. Me merezco algo mejor, no te estoy reprochando, he sido un hombre bueno, eres misericordioso. Ayúdame… Ayúdame.
Me acuesto con lágrimas en mis ojos, con el estómago vacío y el corazón roto, no sé cuándo les diré que su mamá jamás volverá de ese largo viaje. Dios no lo quiso así.
Al llegar, saco mis llaves, y apenas ellas escuchan el roce de las mismas con la cerradura, corren rápido hasta la puerta y gritan:
-Papiiiiii, te esperábamos.
-Te hice una carta – dice María Lucía, mi hija mayor de 7 años.
- Yo puse un balde en tu cuarto para que no te mojes en las noches con las goteras – Esta vez la que lo dice es Mariana, de 5 añitos.
Mis ganas de llorar por la felicidad, se mezclan con la tristeza que siento al saber que no tengo nada para darles de comer. No ha probado bocado en todo el día y sus ropas están sucias; aun así, sonríen cual niño que ve un grandioso pastel de chocolate. En ese momento, la frase letal para mi corazón, es lanzada.
- ¿Papi, qué vamos a comer hoy? – Pregunta Maria Lucía
En ese momento un suave viento entra por la ventana. No supe que responder y me puse a llorar…
- ¿Por qué lloras papi? – Pregunta Mariana secando mis lágrimas
- Porque las amo hijas, porque las amo.
Al mirar por ventana, veo una hermosa e imponente luna llena posando de forma coqueta sobre mis ojos. No supe qué otra cosa inventar, así que les dije que los días de luna llena no se podía comer sino salir a admirarla por unas horas. Eso hicimos, nos recostamos en el pasto de nuestro acabado jardín que ni flores tenía, y nos dedicamos a observar el bello y gratuito espectáculo que ofrece Dios.
¿Quién hizo la luna papi?- Mariana pregunta sin dejar de mirarla.
- Dios hija, él ha hecho todo lo que ves, hasta los grillos que están en tu cuarto y no te dejan dormir. En ese momento los grillos entran en escena: los tres reímos.
- ¿Dónde está Dios papi? – Ahora la que pregunta es Lucía.
- En nuestros corazones. Muchas personas no creen en él; es más, yo nunca lo he visto, pero sé que existe.
- ¿Y por qué la gente le pide cosas? – Vuelve a preguntar Mariana
- Porque él es el dueño del mundo, sin él no se puede hacer nada, ni levantarnos de nuestra cama podríamos si él no quiere. Es el dueño de nuestra vida.
- ¿O sea que si Dios se levanta de mal genio nos mata a todos?- Dice Lucía con terror y duda en sus ojos.
- Nooo, claro que no. Suelto una carcajada y la abrazo. Otra vez un suave viento pasa por nosotros.
- ¿Cuándo volverá mamá de ese viaje largo? La extraño mucho – Me pregunta Mariana. Ambas me miran con tristeza.
- Pronto hijas, muy pronto.
- Bueno, ahora sí a la cama. Mañana será un nuevo y espléndido día – Exclamo con entusiasmo.
Al sentarme en mi vieja cama, escucho a los perros ladrar afuera, comienzo a pensar en todo lo que pasaba con mi familia. Al ver que no progresábamos, miro a la luna desde mi ventana y medito:
- Dios: gracias por darme estos dos tesoritos, gracias por encontrar felicidad en ellas. Pero ayúdame a salir de este mal momento, ayúdame a salir de mis dudas hacia tú bondad. Me merezco algo mejor, no te estoy reprochando, he sido un hombre bueno, eres misericordioso. Ayúdame… Ayúdame.
Me acuesto con lágrimas en mis ojos, con el estómago vacío y el corazón roto, no sé cuándo les diré que su mamá jamás volverá de ese largo viaje. Dios no lo quiso así.